Wednesday, May 30, 2007

A los 18





"La vida es así
tan larga y tan frágil
que no puedes sentirla
...que no puedes imaginartela distinta"




Saturday, May 26, 2007

Haz click!!

La primer vez que los escuche fue a través de una grabación, los encontré buenos, innovadores, pero cuando los escuché tocar en vivo fue cuando me encantaron. Tienen mucha onda, son sencillos y a veces me parece que ignoran lo genial que es su música.
Cuando se trata de música las palabras sobran, la verdad
...En especial cuando se trata de buena musique.
Se los presento.
ChazZcon!

Monday, May 21, 2007

Closer

El nuevo video de travis...bueno, me encantó!

Sunday, May 06, 2007

La gracia de las sorpresas
no reside en el fondo,
sino en la forma.

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¿Quien dijo que los detalles no importan?
Adoro la letra de esta canción.
Un buen detalle, puede cambiarlo todo!
Listen:

Tuesday, May 01, 2007

Pa mi, definitivamente hay un límite

Mi gran rollo con la foto es descubrir cuál es el límite.

Dónde está, cuál es
Personalmente, siempre lo he tenido porque soy muy respetuosa con la gente y me da lata llegar y sacarle una foto a alguien sin su autorización.
Sin embargo, hay una wevada cuática como s el caso que voy a dejar mas abajo, que es la búsqueda del impacto a como de lugar.
Todos buscamos eso, yo no lo niego. Pero hay un límite.
Si alguien se esta muriendo o puede morir, no lo pienso dos veces y prefiero salvarlo que hacer una buena foto.
Los camarografos, como los fotografos e incluso los periodistas, se deben acostubrar a convivir con tragedias que despues de un rato hacen que pierdan un poco su sensibilidad.


Yo no la quiero perder.
Espero no ser la única que trabaja en esto que piensa así...
Aqui les dejo la historia de un fotografo que no tuvo límites, que sacó la foto de su vida, con la que se ganó el pulitzer, sin embargo no alcanzó a disfrutarlo, porque luego de un par de meses se suicidó por la culpa



"Kevin Carter nació en Suráfrica en 1960, dos años antes de que NelsonMandela empezara su condena de 27 años de cárcel. Al llegar a laadolescencia empezó a entender que ser blanco en Suráfrica significaba seruna de las personas más privilegiadas de la Tierra y, al mismo tiempo,cómplice de una atroz injusticia.

Cumplidos los 24 años, Carter descubrióque el periodismo era el terreno donde libraría su guerra particular contrael apartheid.Comenzó su carrera en 1984, cuando las poblaciones negras en las periferiasde las grandes ciudades ?como Soweto, que estaba al lado de Johanesburgo? seconvirtieron en campos de batalla. Jóvenes militantes negros, cuya únicafuerza residía en su ventaja numérica, lanzaban piedras a los policías y alos soldados, que respondían con gases lacrimógenos, balas de goma o balasde verdad. Cientos murieron, miles fueron encarcelados. Soweto ardía, yallá, casi permanentemente instalado, estaba Carter, fotógrafo novato de TheJohannesburg Star, expiando su culpa.La gran ironía de la historia reciente de Suráfrica es que cuando salióMandela de la cárcel en 1990, cuando empezó el proceso de paz que condujocuatro años después a la democracia, se desató una violencia mucho mayor.

Durante casi la totalidad de aquellos cuatro años, Soweto y otra mediadocena de poblaciones negras en los alrededores de Johanesburgo vivieron unaanarquía asesina demencial, nutrida por opositores al proyecto democrático,en la que murieron unos 12.000. Allí, una vez más, estaba Carter. Todos losdías. Se presentaba temprano por la mañana a los campos de la muerte, comose presentan los oficinistas a sus lugares de trabajo.Yo también me presentaba allí, pero con menos frecuencia y más tarde.Siempre que llegaba a estos lugares, en pleno tiroteo o minutos después deuna masacre, ahí veía a Kevin Carter, sudado, polvoriento, bolso sobre elhombro, cámara en mano. A él y a sus tres amigos fotógrafos, KenOosterbroek, Greg Marinovich y João Silva. Les llamaban a los cuatro ³elBang Bang Club². Hacían fotos espeluznantes y se exponían a peligrosextraordinarios.

Yo había llegado a Suráfrica en 1989 tras seis añoscubriendo las guerras de Centroamérica. Vi pronto que daba mucho más miedoestar en 1992 en un lugar como Tokoza o Katlehong, a escasos kilómetros deJohanesburgo, que en 1986 en los frentes del oriente de El Salvador o elnorte de Nicaragua. Porque en los lugares donde los negros, animados por losblancos, se masacraban podía pasar cualquier cosa en cualquier momento y encualquier lugar. Con un Kaláshnikov, una lanza, un machete o una pistola.Ahí trabajaba Carter. Ahí se pasaba desde las cinco de la madrugada hasta elmediodía haciendo fotos de gente matando y de gente muriendo.Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una corazaemocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal.La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y delhorror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco,además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en unacelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes.

Si sehubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesenpermitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sidoincapaces de hacer su trabajo. El entorno era alocado, pero el trabajo eraimportante. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto amenos peligro, habría habido más muertos, menos presión política para acabarcon la violencia. Ésta era la contribución de Carter a la causa de suscompatriotas negros.En marzo de 1993 se tomó unas vacaciones de Tokoza y Katlehong y se fue aSudán. Ahí, apenas aterrizar, es donde vio a la niña y el buitre. Respondiócon el frío profesionalismo de siempre. No habría podido elegir otra manerade actuar. Estaba programado, anonadado. El único objetivo era hacer lamejor foto posible, la que tuviera más impacto. Ahí empezaba y terminaba sucompromiso.

La lógica era muy sencilla: si hacía una foto potente, sebeneficiaría a sí mismo, pero también ampliaría la sensibilidad de los sereshumanos en lugares lejanos y tranquilos, despertando en ellos aquellacompasión -precisamente- que en él estaba necesariamente adormecida.Por eso no hizo nada para ayudar a la niña. Porque si la hubiera ayudado, nohabría podido hacer la foto. Porque había llegado al límite de susposibilidades.El problema era que la gente normal, empezando por su propia familia, no loentendía. Fuera donde fuera, le hacían la misma pregunta. ³Y después,¿ayudaste a la niña?². Se convirtió en un agobio, una pesadilla. Los únicosque no le hacían la pregunta, porque para ellos no era necesario hacerla,eran los amigos del Bang Bang Club.En abril de 1994 le llamaron desde Nueva York para decirle que había ganadoel Pulitzer. Seis días después, su mejor amigo, Ken Oosterbroek, murió en untiroteo en Tokoza.

Toda la emoción reprimida a lo largo de cuatro añossalvajes explotó. Carter se quedó destruido. Lloró como nunca y lamentóamargamente que la bala no hubiera sido para él.El mes siguiente voló a Nueva York, recibió el premio, se emborrachó,incluso más de lo habitual, y volvió a casa. La guerra se había terminado.Mandela era presidente. Suráfrica tuvo su final feliz, pero la vida deCarter dejó de tener mucho sentido. Quizá en parte porque el peligro de laguerra había sido su droga más potente, la que le había creado mayoradicción. Siguió trabajando, pero, perseguido por la muerte de su amigo y-ahora que se había quitado la coraza- la angustia moral retrospectiva de laescena con la niña sudanesa, se hundió en una profunda depresión.

No podíatrabajar, o si lo intentaba, caía en errores absurdos. Llegaba tarde aentrevistas, perdía rollos de fotos que ya había hecho. Y tenía problemas encasa: deudas, desamor...El 27 de julio de 1994, exactamente tres meses después de las primeraselecciones democráticas de la historia de su país, Carter se fue a la orillade un río donde había jugado cuando era niño, antes de que supiera lo queera el apartheid, el sufrimiento, la injusticia. Y ahí, por fin, dentro desu coche, escuchando música mientras inhalaba monóxido de carbono por untubo de goma, logró la paz, la anestesia final de la muerte."

Fuente: El País.com